Eventos Live Al-Andalus
Rafael Amor en Al-Andalus: Una experiencia inolvidable que ahonda en el alma y la conciencia.
Existen personas tan especiales que sólo mirándolas a los ojos descubres un río de vida, un manantial de emociones que se yerguen para susurrarte sus íntimas experiencias, esas que demuestran que la vida está cargada de sorpresas y que el que sabe contarlas es aquel que traspasa fronteras, el hacedor, el mago, cuya voz es reconocida allende los mares.
Eso es lo que sucede cuando conoces a Rafael Amor, cuando escuchas su voz o cuando asistes a uno de sus conciertos. La química con el público es inmediata y lo es porque todo su ser desprende humanidad; su cálida voz es capaz de hacer reír contando las anécdotas más divertidas o provocar la reflexión con esa denuncia honda y sincera de los que saben hasta qué punto el poder está alienado, cómo llora la tierra de los desheredados o qué nos ocurre cuando se devalúan las relaciones humanas porque la tecnología frivoliza los sentimientos y nos conmina a una comunicación en ocasiones adulterada.
Uno de los grandes, uno de esos cantautores —como existen otros, llámense Alberto Cortez, Silvio Rodríguez, Carlos Cano o Mercedes Sosa— capaz de levantar nuestra conciencia más adormecida o el espejismo de una pereza que no es solo reflejo del miedo, sino también, en muchas ocasiones, falta de confianza en la vida.
Nos dice Rafael, que a él le da igual dónde alce su voz. Su canto desgarrado es escuchado en festivales, universidades, campos de futbol repleto de fans, un yacimiento de carbón o un pueblo de apenas 30 casas; en todos esos lugares su voz despliega las alas, como un ave fénix y logra una comunión con el público al alcance de pocos. Es cierto que ha pasado momentos duros, porque el poder ha movido los hilos de forma imperceptible y ha intentado callarlo, pero él nunca se ha amedrentado. Desde que sacó su primer disco, Cosas de todos para todos (1972) hasta A mí la calle (2007), su voz ha sonado en muchos lugares. Su corazón es libre, dice la letra de una de sus canciones y ese sentimiento transmite seguridad. A todo aquel que lo escucha le pide que no entregue su alma, que enmiende la malandanza y siga adelante. Sus letras hablan a borbotones de la realidad, del amor, de la ternura, del cariño a sus padres, de su incombustible fuerza de voluntad o de la nostalgia. Canta porque no sabe hacer otra cosa, porque la escritura le permite desprenderse de todas las caretas, para mostrarse desnudo, con esa desnudez maestra del clarividente.
Su actuación en Al-Andalus fue una exquisita sorpresa y un regalo para los oídos. Arropado por una Patricia Cuenca, presidenta de la asociación Torrent de Paraules, que organizó el evento, muy emocionada y que templó la voz para leer “De cara a la llovizna”, por Marco y Tifa, siempre comprometidos con la cultura y atentos a las peticiones de sus clientes, por cantautores como David Calabuig que salió al escenario con su hijo Gabriel y otros muchos anónimos que le llevaron dones salidos de su propia alma, como Pascual Huedo con un libro, o se lo llevaron consigo adquiriendo “El Cantavidas” para inmortalizar en su memoria que estaban allí y llevarse consigo ese autógrafo anhelado durante mucho tiempo.
Muchos de los temas que cantó Rafael se han convertido en himnos y son capaces de traspasar fronteras generacionales, como sucede con No me llames extranjero. Son temas que demuestran que la música es un acto de amor, que no precisa etiquetas. Y para hacernos comprender esto, Rafael desmelenó la voz y demostró su carisma en el escenario. De la chistera del micrófono salió un torrente de palabras cargadas de sentido (el rap Por la vía de los días); de la guitarra, el sonido inconfundible del rock (A mí la calle).
Conmocionado el público se embelesaba escuchándolo. No sólo le cedía la palabra, le cedía también ese alma, al sentir que lo cantado no era otra cosa que una prolongación de sus anhelos, sueños y esperanzas íntimas. Un agradecimiento unánime y de cuyo eco se hizo él mismo partícipe con su humildad. Quienes estuvimos allí, nos fuimos cargados de emociones. Una noche vibrante, que algunos prologaron, una vez acabada la actuación, quedándose en la terraza o pasando a la sala, Sueños de Sevilla, para bailar sevillanas y poder así exteriorizar esa alegría íntima e imperdible de haberlo conocido; el colofón, el broche de oro a una noche cargada de experiencias inolvidables.
Mari Carmen Moreno Mozo